martes, 13 de abril de 2010

RIEGO DE PLAZA (Curiosidades)

     Un acto rutinario que presenciamos con frecuencia, durante el desarrollo de cualquier corrida de toros, es el riego del ruedo o “piso de plaza”. Ese riego se hace imprescindible cuando la sequedad de la arena del ruedo provoca las molestas nubes de polvo, que son levantadas por el toro en sus desplazamientos, convirtiendo la atmósfera en irrespirable y cegadora, a veces, para toreros y espectadores. Por lo general estos riegos se dispensan antes de comenzar el festejo y al finalizar el arrastre del tercer toro.
     En la actualidad, debido a los avances tecnológicos, las plazas se riegan mediante modernos aspersores, situados en el centro y bajo el estribo de la barrera de algunas plazas, e incluso se utilizan para refrescar los tendidos de sol, en aquellas plazas donde el tórrido calor se hace presente de forma implacable, sobre los acalorados y enrojecidos espectadores, como en Murcia o Granada, por poner un ejemplo.
     Muchos de los aficionados actuales no conocen otra forma de regar la plaza que, a lo sumo, la utilización de mangueras de riego, o por medio de grandes camiones, los cuales asperjan el líquido elemento por medio de unos abanicos hídricos que van aplacando el polvo, tras una serie de giros concéntricos por el albarizo albero.
     Antiguamente se hacía imprescindible dicho riego cuando las compañías de alabarderos finalizaban el “despejo de plaza”, dado que el ruedo era inundado por riadas de espectadores a los que la “autoridad” debía convencer “a palos” para que abandonasen el ruedo y no se demorase el comienzo de la corrida.
     Sabemos que esta necesidad, más que costumbre, que también, se remonta a la más lejana antigüedad, o en el caso que nos ocupa, desde que se celebran festejos taurinos en plazas o recintos cerrados.
     Las formas y maneras de realizar estas operaciones han variado, en consonancia con la evolución natural de los medios disponibles empleados para su ejecución. La diversidad de herramientas utilizadas fueron igualmente tan variadas, como las formas y diseños que cada fabricante imprimía a sus artilugios.
     Datos y casos curiosos habrá tantos como celebraciones hubo. Posiblemente cualquiera aficionado puede conocer tantos o más de los que aquí se relatan, mas solo puedo aportar algunos datos de los que pacientemente he podido conocer y que estimo curioso relatar.
     Por lo general, el riego de las plazas de toros se hacía mediante la utilización de carros que portaban unas cubas llenas de agua. Otras veces, o allá donde no dispusiesen de esos medios de transportes, se realizaba a mano, mediante cubos llenos de ese líquido elemento.
     Los carros-cubas que antiguamente se utilizaban en cada plaza, por lo general eran contratados por las autoridades del lugar con los dueños de los carros, cuyos vínculos se renovaban en cada festejo o por temporadas. Podría decirse que eran profesionales del riego, ya que la destreza y eficacia en la ejecución de su cometido les hacía acreedores a la contratación continuada o permanente.
     A fin de poder realizar de manera más efectiva el riego de la plaza, de modo que no se produjesen encharcamientos en el ruedo, los carros llevaban en la parte posterior, amarrados a la espita o grifo de las cubas, unos haces de ramajes que, una vez abierto el grifo, empapaban de agua todas las ramas y de esta forma goteaban con lentitud y distribuían mejor el líquido. Por lo general estos haces de ramas solían tener una longitud de dos metros, con lo que conseguían regar, de una sola pasada, una buena superficie del ruedo, ya que casi siempre se usaban varios carros a la vez.
     En muchos lugares se los conocía como “carros en rama” y en otros, como en Madrid, “mangueros” ó “piperos” etc., apelativos estos últimos que también se aplicaban a los que ayudaban a los “carreros” a regar las plazas.
     Esta forma de riego era muy frecuente en las plazas de toros, existiendo constancia de su utilización en Madrid en 1623, tal como lo glosó en unos versos del entremés “Baile de los toros”, el célebre Quiñones de Benavente (1589-1651, maestro del “entremés” y amigo de Lope de Vega):
Antes de cerrar las puertas
a regar salen la plaza
carretones enramados
       que traen el agua encubada”.(2)

Por aquellas calendas, al margen de los ajustes con los dueños de los carros, a los auxiliares de los “carreteros”, que ayudaban a regar la plaza de Madrid, se les pagaba en especie, como se cita en una nota del Ayuntamiento de la Villa y Corte que ocurrió en la segunda corrida, en la primera plaza redonda construida: “A Isidoro Rodríguez, alguacil mayor de la limpieza, para que los mangueros de la villa tomaran un refresco, por haber regado la plaza en la segunda fiesta, 60 reales, que no se cargan en cuenta porque los cedió por vía de limosna. Pan dado a dichos mangueros el día 7 de agosto, por la mañana, en que se celebró la primera corrida, 10 reales...”(5)
     En la tauromaquia de Guerrita se describe la referida plaza de este modo: “En tiempos de Felipe IV (1621-1665) se construyó una Plaza de madera en las inmediaciones del palacio del Buen Retiro, en un sitio que tenía 608 piés de largo, 480 de ancho, y en toda su circunferencia 408 balcones, cubriéndose la fábrica de tejados fingidos de madera teñida de rojo”. Sigue diciendo la citada tauromaquia que: “se desplegó en su construcción inusitado lujo, como lo prueba el que los balcones, que estaban al exterior, tuvieran barandillas de plata y oro, y por dentro, perfectamente colgados de variedades de sedas y tapices...”. (6)
     Con plazas como esas, con semejante despliegue de lujosas colgaduras, no es de extrañar que el riego de la misma fuese más que necesario, imprescindible y obligado, para que el polvo no empañase ni eclipsase la brillantez de tan suntuoso recinto.
     En muchas ocasiones las inclemencias meteorológicas hacían innecesario el riego de la plaza, al hacerse presente la beneficiosa lluvia, acontecimiento que el mismísimo e inmortal Quevedo (1580-1645) versificó en “Fiestas de toros, con rejones, al Príncipe de Gales, en que llovió mucho”:

Las nubes, por más grandeza,
en concertada cuadrilla,
fueron carros de la villa,
por hacer fiesta a su alteza”.(4)

     Esa lluvia milagrosa para unos y todo lo contrario para otros, a veces llegaba con las precipitaciones ajustadas a la propia necesidad, como comentó un aficionado de Pamplona, en los San Fermines de 1.628: “A las doce del día previno el cielo un aguacero, que no sólo excusó el trabajo de regar la plaza, pero la dejó tan apta y a propósito, que en toda la tarde no hubo género de polvo”.(2)
     En Pamplona, al igual que en otros lugares, se tiene constancia de los pagos realizados, tanto a los carreteros como a sus ayudantes, como ocurrió en 1630, en cuyos libramientos se especifica el número de seis carreteros, así como la existencia de un peón “que trajo seis ramos”, igualmente se especifica el pago “por el cordel para atar los ramos...”.
     Es curioso comprobar cómo se pagaba más por los aderezos de los carros que por el alquiler de los mismos carros, como consta en un libramiento que ocurrió en 1641: “...a Juan de Irañeta, cubero, vecino de la Ciudad, treinta y cuatro reales, por el aderezo de las pipas que suelen regar la plaza el día de los toros, incluyéndose en la sobredicha suma cuatro reales de liz y estopa, y así bien los oficiales que trabajaron en la dicha obra”. (2)
     Otra forma curiosa de regar la plaza, es la que se realizó en unas fiestas de Toros en la Villa y Corte en 1690: ”...Ya a este tiempo estavan puestos en fila los que avian de regar la Plaza, con sus carros vistosamente aderezados de ramos verdes, y en ellos las cubas, esperando el orden para executar su oficio; el cual dado, arrancaron a un tiempo todos, vertiendo con igual proporción arroyos de agua, que muy en breve apagaron el polvo que avia despertado el tropel, trasago, y bullicio de la gente ...”(3)

     Al igual que ocurrió cuando Quevedo versificó el riego de la plaza por la lluvia, también en Pamplona se lamentaron en 1690, por el pago realizado a un “...comportero, veinte reales, por haber compuesto pipas y canillas con que se riega la Plaza del Castillo para las corridas de las fiestas de toros, que se corrieron en las fiestas del Glorioso San Fermín, Patrón de este Reino, y por el casamiento del rey Nuestro Señor (se refiere al casamiento de Carlos II “el Hechizado” con Mariana de Neoburgo, su primera esposa Maria Luisa de Orleáns falleció en 1689), aunque en ninguna de dichas ocasiones fue necesario, a causa de las muchas aguas que cayeron...”(2)
     D. José de la Tixera, al comentar la corrida del 22 de septiembre de 1.789 en la Plaza Mayor de Madrid, con motivo de la coronación del rey Carlos IV y la jura de su hijo el Príncipe de Asturias, dice que tras desfilar los Alabarderos que despejaron la plaza: “...salieron de la puerta que está frente al balcón del Rey, cuatro comparsas o danzas de crecido número de chicos, como de 10 años, vestidos de corto (aunque no en el buen gusto y esplendidez) con diferentes uniformidades, conduciendo cada cual un par de cubos o barrilitos de baqueta con agua; y capitaneados por dos mancebos mayores, al son de la armoniosa música que los acompañaba, marcharon de frente, al mismo tiempo que a los referidos mancebos suministraban ordenadamente los chicos el agua con que fueron regando hasta el medio de la plaza en donde hicieron alto y los acatamientos mas reverentes a SS. MM. Y formando un cordón con los enunciados cubos, empezó cada cuadrilla, con suma igualdad a ejecutar varias mudanzas (figuras) de Arcos, Estrellas, Ruedas, Cadenas, Castillos y otras semejantes con mucho primor.... A fin de que guardase consecuencia lo suntuoso y magnífico de cuanto va relatado, aun con los trenes y utensilios de menos momento; indispensables al efecto, se construyeron mas de 20 carros perfectamente pintados que, con sus respectivas cubas, tirados de dos bien aderezadas mulas cada uno, que gobernaban otros tantos mozos gallardamente adornados; con mucho primor y en pocos minutos regaban la plaza por la mañana y tarde”. (1)
     Una nota curiosa sobre el ajuste de cuberos para regar la Plaza, por el Ayuntamiento de Pamplona durante el siglo XVIII, pone de manifiesto la importancia que a estos menesteres se le prestaba: “RIEGO: PIPAS. Las pipas con que se riega la plaza el día de la corrida se tienen ajustadas con un cubero por 22 reales. Y el secretario deberá tener cuidado de que alguno de los tenientes de justicia o ministros de la ciudad solicite los carros y carreteros necesarios para que ejecuten dicho riego. También tendrá cargo el secretario de dar las órdenes convenientes a los ministros para que a una con los carreteros “enramen” los carros y llenen las pipas, llevándolas para este efecto al río, de forma que estén a tiempo cerca de la plaza, en la parte del convento de Descalzas, y puedan cuando sea hora entrar sin la menor tardanza, respecto a que sería irreparable que no estuviesen prontos, por lo que se repite el cuidado al secretario”.(2)
     En otras ocasiones no se utilizaron los carros enramados, sino otros artefactos, como los utilizados en Pamplona en los San Fermines de 1774, según se cita en el Acta correspondiente: “... luego se regó no con carros, como otros años, sino a brazo con unas bombas, o instrumentos de nueva invención que desde las compuertas hacían saltar el agua a donde querían dirigirla los regadores; concluido el riego se sentaron...”, más adelante se hace constar las remuneraciones dadas por tales servicios:“...a M.F.L. tesorero, se le ordena pague a F... empedrador y fontanero y a L..., calderero y compañeros, ochenta y nueve reales y ocho maravedís por el trabajo de haber regado la plaza a brazo la tarde de la corrida, con unos instrumentos de nueva invención hechos por dicho M., incluso el perjuicio que padecieron estos, el que también tuvieron las compuertas que se emplearon, el pintarlas y jornales de los hombres que se ocuparon en dicho riego y aprontó el agua necesaria”.(2)
     Estas maniobras se ejecutaban inmediatamente anterior a ocupar los palcos o balcones las autoridades que presenciasen la corrida, y a medida que se iba despejando la plaza de los espectadores que deambulaban por el ruedo.
     Hasta hace 50 ó 60 años era frecuente, en muchas partes de España, regar carreteras o espacios públicos con carros enramados con haces y follaje, adosados a las espitas de las cubas o con otros “Vetusto artilugio de hídricos mostachones” que diría el recordado Matías Prat.
     Todos hemos contemplado, en alguna ocasión, el riego de las diferentes plazas que hemos visitado, no solo mediante camión cuba o tractor con remolque cuba, además del uso casi permanente de la conocida manguera, que tomaba el agua desde el centro de la plaza, conocido por “boca de riego”, que después se protege y disimula con un poco de cal blanca.
     Con todo esto creo es suficiente para darse idea de lo añejo del riego de las plazas de toros, en esta España nuestra de “la piel de toro”.
 Plácido González Hermoso

BIBLIOGRAFÍA
1.- José Mª Gutiérrez Ballesteros, “Conde de Colombí”.- “Fiestas Reales de Toros, 1789”
      Unión de Bibliófilos Taurinos 1956. Pag. 26
2.- Luis Del Campo, Pamplona y toros, siglo XVII, pag. 56
3.- Fiestas de Toros en la Villa de Madrid, 1690.- facsímil, Feria del libro antiguo y de
      ocasión, Madrid 1982.
4.- Francisco de Quevedo y Villegas, “Obras completas”. Verso. Ed.Aguilar. Madrid
      1952, pag. 200.
5.- Baltasar Cuartero, “Historia de la primera plaza circular de toros construida en
      España”, pag. 73. Madrid 1957
6.- Tauromaquia de Guerrita, tomo II, pag. 931

1 comentario:

  1. Enhorabuena por su exquisito artículo, señor. Soy contemporáneo suyo, y también aficionado. Le felicito, y prometo volver a su blog...

    "dejabugoyoros"

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