miércoles, 14 de abril de 2010

INDICE DE ARTICULOS PUBLICADOS

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INDICE
RIEGO DE PLAZA (Curiosidades)
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CURAS TOREROS (Curiosidades)
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DIONISO Y AMPELO, EL ORIGEN DEL VINO
http://taurofago.blogspot.com/2010/02/dioniso-ampelo-y-el-origen-del-vino.html
EL PRIMER TORERO MURCIANO
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FABULAS DEL TORO (Esopo) - II
http://taurofago.blogspot.com/2009/10/fabulas-del-toro-esopo-ii.html
FABULAS DEL TORO-I (Esopo)
http://taurofago.blogspot.com/2009/09/fabulas-del-toro-esopo.html
DIRCE Y EL TORO (Leyendas Taurinas)
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EL TORO DE PHALARIS (Leyendas taurinas)
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A FESTA DO BOI (Leyendas taurinas)
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LA VIRGEN DEL TORO, Menorca (Leyendas taurinas)
http://taurofago.blogspot.com/2009/08/la-virgen-del-toro-menorca-leyendas.html
SALUDADORES (Curiosidades)
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ORIGEN DEL TOREO A PIE
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EFEMERIDES TAURINAS
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LA CUEVA DEL TORO (Leyendas taurinas)
http://taurofago.blogspot.com/2009/06/la-cueva-del-toro.html
LA OPINION SOBRE GUERRITA
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EL TORO Y EL PANADERO (Leyendas taurinas)
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SALUDO INICIAL
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EN PREPARACION
- COLEGIATA DE ARBAS (Leyendas Taurinas)
- HALLAZGOS DE VIRGENES POR MEDIACION DEL TORO
- LAS VIRGENES NEGRAS, sucesoras de los cultos a ISIS, SERAPIS, ARTEMISA EFESIA, CIBELES?!
- MILAGROS TAURINOS
- CIUDADES FUNDADAS CON INTERVENCION DEL TORO
- ECHAR PERROS AL TORO……………..Etc…..Etc…..Etc

martes, 13 de abril de 2010

RIEGO DE PLAZA (Curiosidades)

     Un acto rutinario que presenciamos con frecuencia, durante el desarrollo de cualquier corrida de toros, es el riego del ruedo o “piso de plaza”. Ese riego se hace imprescindible cuando la sequedad de la arena del ruedo provoca las molestas nubes de polvo, que son levantadas por el toro en sus desplazamientos, convirtiendo la atmósfera en irrespirable y cegadora, a veces, para toreros y espectadores. Por lo general estos riegos se dispensan antes de comenzar el festejo y al finalizar el arrastre del tercer toro.
     En la actualidad, debido a los avances tecnológicos, las plazas se riegan mediante modernos aspersores, situados en el centro y bajo el estribo de la barrera de algunas plazas, e incluso se utilizan para refrescar los tendidos de sol, en aquellas plazas donde el tórrido calor se hace presente de forma implacable, sobre los acalorados y enrojecidos espectadores, como en Murcia o Granada, por poner un ejemplo.
     Muchos de los aficionados actuales no conocen otra forma de regar la plaza que, a lo sumo, la utilización de mangueras de riego, o por medio de grandes camiones, los cuales asperjan el líquido elemento por medio de unos abanicos hídricos que van aplacando el polvo, tras una serie de giros concéntricos por el albarizo albero.
     Antiguamente se hacía imprescindible dicho riego cuando las compañías de alabarderos finalizaban el “despejo de plaza”, dado que el ruedo era inundado por riadas de espectadores a los que la “autoridad” debía convencer “a palos” para que abandonasen el ruedo y no se demorase el comienzo de la corrida.
     Sabemos que esta necesidad, más que costumbre, que también, se remonta a la más lejana antigüedad, o en el caso que nos ocupa, desde que se celebran festejos taurinos en plazas o recintos cerrados.
     Las formas y maneras de realizar estas operaciones han variado, en consonancia con la evolución natural de los medios disponibles empleados para su ejecución. La diversidad de herramientas utilizadas fueron igualmente tan variadas, como las formas y diseños que cada fabricante imprimía a sus artilugios.
     Datos y casos curiosos habrá tantos como celebraciones hubo. Posiblemente cualquiera aficionado puede conocer tantos o más de los que aquí se relatan, mas solo puedo aportar algunos datos de los que pacientemente he podido conocer y que estimo curioso relatar.
     Por lo general, el riego de las plazas de toros se hacía mediante la utilización de carros que portaban unas cubas llenas de agua. Otras veces, o allá donde no dispusiesen de esos medios de transportes, se realizaba a mano, mediante cubos llenos de ese líquido elemento.
     Los carros-cubas que antiguamente se utilizaban en cada plaza, por lo general eran contratados por las autoridades del lugar con los dueños de los carros, cuyos vínculos se renovaban en cada festejo o por temporadas. Podría decirse que eran profesionales del riego, ya que la destreza y eficacia en la ejecución de su cometido les hacía acreedores a la contratación continuada o permanente.
     A fin de poder realizar de manera más efectiva el riego de la plaza, de modo que no se produjesen encharcamientos en el ruedo, los carros llevaban en la parte posterior, amarrados a la espita o grifo de las cubas, unos haces de ramajes que, una vez abierto el grifo, empapaban de agua todas las ramas y de esta forma goteaban con lentitud y distribuían mejor el líquido. Por lo general estos haces de ramas solían tener una longitud de dos metros, con lo que conseguían regar, de una sola pasada, una buena superficie del ruedo, ya que casi siempre se usaban varios carros a la vez.
     En muchos lugares se los conocía como “carros en rama” y en otros, como en Madrid, “mangueros” ó “piperos” etc., apelativos estos últimos que también se aplicaban a los que ayudaban a los “carreros” a regar las plazas.
     Esta forma de riego era muy frecuente en las plazas de toros, existiendo constancia de su utilización en Madrid en 1623, tal como lo glosó en unos versos del entremés “Baile de los toros”, el célebre Quiñones de Benavente (1589-1651, maestro del “entremés” y amigo de Lope de Vega):
Antes de cerrar las puertas
a regar salen la plaza
carretones enramados
       que traen el agua encubada”.(2)

Por aquellas calendas, al margen de los ajustes con los dueños de los carros, a los auxiliares de los “carreteros”, que ayudaban a regar la plaza de Madrid, se les pagaba en especie, como se cita en una nota del Ayuntamiento de la Villa y Corte que ocurrió en la segunda corrida, en la primera plaza redonda construida: “A Isidoro Rodríguez, alguacil mayor de la limpieza, para que los mangueros de la villa tomaran un refresco, por haber regado la plaza en la segunda fiesta, 60 reales, que no se cargan en cuenta porque los cedió por vía de limosna. Pan dado a dichos mangueros el día 7 de agosto, por la mañana, en que se celebró la primera corrida, 10 reales...”(5)
     En la tauromaquia de Guerrita se describe la referida plaza de este modo: “En tiempos de Felipe IV (1621-1665) se construyó una Plaza de madera en las inmediaciones del palacio del Buen Retiro, en un sitio que tenía 608 piés de largo, 480 de ancho, y en toda su circunferencia 408 balcones, cubriéndose la fábrica de tejados fingidos de madera teñida de rojo”. Sigue diciendo la citada tauromaquia que: “se desplegó en su construcción inusitado lujo, como lo prueba el que los balcones, que estaban al exterior, tuvieran barandillas de plata y oro, y por dentro, perfectamente colgados de variedades de sedas y tapices...”. (6)
     Con plazas como esas, con semejante despliegue de lujosas colgaduras, no es de extrañar que el riego de la misma fuese más que necesario, imprescindible y obligado, para que el polvo no empañase ni eclipsase la brillantez de tan suntuoso recinto.
     En muchas ocasiones las inclemencias meteorológicas hacían innecesario el riego de la plaza, al hacerse presente la beneficiosa lluvia, acontecimiento que el mismísimo e inmortal Quevedo (1580-1645) versificó en “Fiestas de toros, con rejones, al Príncipe de Gales, en que llovió mucho”:

Las nubes, por más grandeza,
en concertada cuadrilla,
fueron carros de la villa,
por hacer fiesta a su alteza”.(4)

     Esa lluvia milagrosa para unos y todo lo contrario para otros, a veces llegaba con las precipitaciones ajustadas a la propia necesidad, como comentó un aficionado de Pamplona, en los San Fermines de 1.628: “A las doce del día previno el cielo un aguacero, que no sólo excusó el trabajo de regar la plaza, pero la dejó tan apta y a propósito, que en toda la tarde no hubo género de polvo”.(2)
     En Pamplona, al igual que en otros lugares, se tiene constancia de los pagos realizados, tanto a los carreteros como a sus ayudantes, como ocurrió en 1630, en cuyos libramientos se especifica el número de seis carreteros, así como la existencia de un peón “que trajo seis ramos”, igualmente se especifica el pago “por el cordel para atar los ramos...”.
     Es curioso comprobar cómo se pagaba más por los aderezos de los carros que por el alquiler de los mismos carros, como consta en un libramiento que ocurrió en 1641: “...a Juan de Irañeta, cubero, vecino de la Ciudad, treinta y cuatro reales, por el aderezo de las pipas que suelen regar la plaza el día de los toros, incluyéndose en la sobredicha suma cuatro reales de liz y estopa, y así bien los oficiales que trabajaron en la dicha obra”. (2)
     Otra forma curiosa de regar la plaza, es la que se realizó en unas fiestas de Toros en la Villa y Corte en 1690: ”...Ya a este tiempo estavan puestos en fila los que avian de regar la Plaza, con sus carros vistosamente aderezados de ramos verdes, y en ellos las cubas, esperando el orden para executar su oficio; el cual dado, arrancaron a un tiempo todos, vertiendo con igual proporción arroyos de agua, que muy en breve apagaron el polvo que avia despertado el tropel, trasago, y bullicio de la gente ...”(3)

     Al igual que ocurrió cuando Quevedo versificó el riego de la plaza por la lluvia, también en Pamplona se lamentaron en 1690, por el pago realizado a un “...comportero, veinte reales, por haber compuesto pipas y canillas con que se riega la Plaza del Castillo para las corridas de las fiestas de toros, que se corrieron en las fiestas del Glorioso San Fermín, Patrón de este Reino, y por el casamiento del rey Nuestro Señor (se refiere al casamiento de Carlos II “el Hechizado” con Mariana de Neoburgo, su primera esposa Maria Luisa de Orleáns falleció en 1689), aunque en ninguna de dichas ocasiones fue necesario, a causa de las muchas aguas que cayeron...”(2)
     D. José de la Tixera, al comentar la corrida del 22 de septiembre de 1.789 en la Plaza Mayor de Madrid, con motivo de la coronación del rey Carlos IV y la jura de su hijo el Príncipe de Asturias, dice que tras desfilar los Alabarderos que despejaron la plaza: “...salieron de la puerta que está frente al balcón del Rey, cuatro comparsas o danzas de crecido número de chicos, como de 10 años, vestidos de corto (aunque no en el buen gusto y esplendidez) con diferentes uniformidades, conduciendo cada cual un par de cubos o barrilitos de baqueta con agua; y capitaneados por dos mancebos mayores, al son de la armoniosa música que los acompañaba, marcharon de frente, al mismo tiempo que a los referidos mancebos suministraban ordenadamente los chicos el agua con que fueron regando hasta el medio de la plaza en donde hicieron alto y los acatamientos mas reverentes a SS. MM. Y formando un cordón con los enunciados cubos, empezó cada cuadrilla, con suma igualdad a ejecutar varias mudanzas (figuras) de Arcos, Estrellas, Ruedas, Cadenas, Castillos y otras semejantes con mucho primor.... A fin de que guardase consecuencia lo suntuoso y magnífico de cuanto va relatado, aun con los trenes y utensilios de menos momento; indispensables al efecto, se construyeron mas de 20 carros perfectamente pintados que, con sus respectivas cubas, tirados de dos bien aderezadas mulas cada uno, que gobernaban otros tantos mozos gallardamente adornados; con mucho primor y en pocos minutos regaban la plaza por la mañana y tarde”. (1)
     Una nota curiosa sobre el ajuste de cuberos para regar la Plaza, por el Ayuntamiento de Pamplona durante el siglo XVIII, pone de manifiesto la importancia que a estos menesteres se le prestaba: “RIEGO: PIPAS. Las pipas con que se riega la plaza el día de la corrida se tienen ajustadas con un cubero por 22 reales. Y el secretario deberá tener cuidado de que alguno de los tenientes de justicia o ministros de la ciudad solicite los carros y carreteros necesarios para que ejecuten dicho riego. También tendrá cargo el secretario de dar las órdenes convenientes a los ministros para que a una con los carreteros “enramen” los carros y llenen las pipas, llevándolas para este efecto al río, de forma que estén a tiempo cerca de la plaza, en la parte del convento de Descalzas, y puedan cuando sea hora entrar sin la menor tardanza, respecto a que sería irreparable que no estuviesen prontos, por lo que se repite el cuidado al secretario”.(2)
     En otras ocasiones no se utilizaron los carros enramados, sino otros artefactos, como los utilizados en Pamplona en los San Fermines de 1774, según se cita en el Acta correspondiente: “... luego se regó no con carros, como otros años, sino a brazo con unas bombas, o instrumentos de nueva invención que desde las compuertas hacían saltar el agua a donde querían dirigirla los regadores; concluido el riego se sentaron...”, más adelante se hace constar las remuneraciones dadas por tales servicios:“...a M.F.L. tesorero, se le ordena pague a F... empedrador y fontanero y a L..., calderero y compañeros, ochenta y nueve reales y ocho maravedís por el trabajo de haber regado la plaza a brazo la tarde de la corrida, con unos instrumentos de nueva invención hechos por dicho M., incluso el perjuicio que padecieron estos, el que también tuvieron las compuertas que se emplearon, el pintarlas y jornales de los hombres que se ocuparon en dicho riego y aprontó el agua necesaria”.(2)
     Estas maniobras se ejecutaban inmediatamente anterior a ocupar los palcos o balcones las autoridades que presenciasen la corrida, y a medida que se iba despejando la plaza de los espectadores que deambulaban por el ruedo.
     Hasta hace 50 ó 60 años era frecuente, en muchas partes de España, regar carreteras o espacios públicos con carros enramados con haces y follaje, adosados a las espitas de las cubas o con otros “Vetusto artilugio de hídricos mostachones” que diría el recordado Matías Prat.
     Todos hemos contemplado, en alguna ocasión, el riego de las diferentes plazas que hemos visitado, no solo mediante camión cuba o tractor con remolque cuba, además del uso casi permanente de la conocida manguera, que tomaba el agua desde el centro de la plaza, conocido por “boca de riego”, que después se protege y disimula con un poco de cal blanca.
     Con todo esto creo es suficiente para darse idea de lo añejo del riego de las plazas de toros, en esta España nuestra de “la piel de toro”.
 Plácido González Hermoso

BIBLIOGRAFÍA
1.- José Mª Gutiérrez Ballesteros, “Conde de Colombí”.- “Fiestas Reales de Toros, 1789”
      Unión de Bibliófilos Taurinos 1956. Pag. 26
2.- Luis Del Campo, Pamplona y toros, siglo XVII, pag. 56
3.- Fiestas de Toros en la Villa de Madrid, 1690.- facsímil, Feria del libro antiguo y de
      ocasión, Madrid 1982.
4.- Francisco de Quevedo y Villegas, “Obras completas”. Verso. Ed.Aguilar. Madrid
      1952, pag. 200.
5.- Baltasar Cuartero, “Historia de la primera plaza circular de toros construida en
      España”, pag. 73. Madrid 1957
6.- Tauromaquia de Guerrita, tomo II, pag. 931

viernes, 26 de febrero de 2010

CURAS TOREROS (Curiosidades)

     Juegos de toros hay en España desde tiempos pretéritos, al igual que desde remotas épocas los clérigos participaban en correr toros.
     Quizá, debido a que las fiestas de toros eran consideradas por la Iglesia Católica como de origen pagano o tal vez porque era una práctica demasiado habitual entre el clero de aquel tiempo participar en los juegos de toros, unido a la persistente lucha de la religión católica contra las corrientes arrianas de la época, además de la insistencia en combatir los cultos de la religión Mitraica, verdadera enemiga y competidora del cristianismo, fueran causas que llevaron a San Isidoro de Sevilla (Cartagena 560-Sevilla 636) a decir aquello de que ”Los juegos circenses fueron establecidos por causa de los sacrificios y en celebridad de los dioses gentiles, donde claramente se muestra que los que a ellos concurren tributan culto al demonio”.
     Fue ésta postura uno de los primitivos gérmenes para que, posteriormente, alumbrasen las prohibiciones pontificias, en especial las de los siglos XVI y siguientes?.
    De cualquier modo, dura sentencia la de este doctor de la Iglesia, ferviente luchador contra los judíos como lo prueban sus obras dogmáticas “Contra iudaeos” y “Quaestiönes adversus iudaeos et cëterus infidelis” (Contra judíos y Cuestiones contra judíos y demás infieles).
     No obstante, debió hacer poca mella en el ánimo de las aficiones clericales que, a lo largo de las centurias siguientes a la época visigoda, siguieron asistiendo con profusión y donde la participación y asistencia a festejos taurinos de clérigos regulares, componentes de órdenes menores o mendicantes, seguían siendo tan numerosas como escandalosas para ciertas conciencias moralistas.
     Julio Caro Baroja, en “El Estío festivo”, hace referencia a “una carta que el rey Sisebuto (612-621) dirige a cierto Obispo de Barcelona, llamado Eusebio, parece que éste era ya gran aficionado a los espectáculos de toros, cosa que el piadoso rey censura”. Esto en pleno siglo VII, cuya carta fue publicada por el padre Enrique Flores en “La España sagrada”( VII, Madrid 1890, pag. 326).(2)
     Es evidente que lo habitual de aquellas prácticas provocaron, pasado el tiempo, que el rey Alfonso X “EL Sabio” (1221-1284) legislase contra esos hábitos infamantes en las famosas Partidas, concretamente en la nº I, título V, ley LVII, donde establece que “los prelados non deven yr a ver los juegos...así como alanzar, o boordar, o lidiar los toros, o otras bestias bravas nin yr a ver los que lidian...”, poniendo de manifiesto lo extendida que estaba entre el clero dicha costumbre, y en caso de desobediencia se le impusiese la infracción de:“...quedasen vedados de su oficio por tres años...”.
     Un hecho curioso acaecido en Talavera de la Reina, con motivo de la organización de las famosísimas “Mondas” o “Fiestas de los toros”, pone de manifiesto la intervención del clero en estos menesteres. Acaeció en 1514 cuando, debido a las enormes desavenencias entre la Iglesia y el Ayuntamiento por la organización de las fiestas -se lidiaban veinticinco toros- sin que se llegase a acuerdo alguno, el sábado Santo, el Párroco de Santa Leocadia se sentó en un sillón delante de la puerta del toril de la plaza de toros, aledaña a la ermita de la Virgen del Prado, sin que se pudiese celebrar la corrida. Eso dio lugar a una serie de grescas y peloteras entre los dos Cabildos, el Eclesiástico y el Municipal, que desembocaron en la conocida “Acta de Concordia”, creándose por primera vez, el 25 de febrero de 1515, los cargos de “Canónigo Torero” y “Regidor Torero”, quienes en lo sucesivo serían los encargados de organizar, al alimón, las fiestas de “Las Mondas”.(6)
     Muchos fueron también los Prelados que instituyeron variadas prohibiciones, en sus Constituciones Sinodales, para que los clérigos no presenciasen ni corriesen toros. Así el Obispado de Calahorra en la Constitución de 1553, establecía en su artículo VIII, hablando de los toros “...Que los clérigos de orden sacro no salgan a los capear ”.(5)
     El Obispo de Pamplona, D. Bernardo de Sandoval y Rojas (1588-1596), estipuló en las Constituciones Sinodales, capítulo 7, titulado “Que los clérigos no dancen, ni bailen, ni canten cantares deshonestos, ni prediquen cosas profanas, ni se disfracen, ni vean toro”, establece la obligación de que: “…ningún clérigo, ni sacristán, baile, ni dance ni cante cantares deshonestos… en público ni en secreto: ni se disfrace para hacer representaciones profanas… ni se halle presente donde corran toros, so pena de dos ducados para povres, y ejecución de justicia, y diez días en la cárcel”.(1)
     También en las del obispado de Palencia, publicadas en 1585, se dice “Que los clérigos no salgan a correr toros con los legos, so pena de mil maravedises para los pobres y por cada vez que lo hicieren”. (5)
     Nótese que éstas disposiciones se producen, además, cuando ya se habían publicado las Encíclicas papales condenatorias como “Salute Gregis”(1567) y “Exponis Nobis”(1575) de Pío V y Gregorio XIII respectivamente y un año antes de ver la luz el Breve “Nuper Siquidem”(1586) promulgado por Sixto V y dirigido al obispo de Salamanca. En todas esas disposiciones pontificias, con diversas variantes, se seguían manteniendo las prohibiciones para clérigos consagrados y órdenes mendicantes que participasen en festejos taurinos: “so pena de excomunión mayor Apostólica, trina Canónica”.
    Curiosamente, en el “Breve” de Sixto V se hacía hincapié al Obispo de Salamanca, a la sazón D. Jerónimo Manrique “... dándole facultad libre y autoridad plena para que impida las enseñanzas que en sus cátedras explican falazmente que los clérigos consagrados y regulares pueden lícitamente asistir a los espectáculos taurinos sin incurrir en pecado”.
     A pesar de tantas prohibiciones, amonestaciones, exhortaciones o reprensiones sermoneadas, no faltaron defensores sobre la participación de los clérigos en las fiestas de toros con variados argumentos en pleno siglo XVI. Algunos llegaron incluso a decir que “...el correr toros solo será pecado mortal cuando los toros son cruelísimos y peligra la vida del que los corre...”.
     Otros, como el dominico fray Acacio March de Velasco, de la orden de Predicadores, en una obra publicada en 1658, hace un verdadero ejercicio de sutileza imaginativa para justificarlos, descubriéndonos los efectos que producían en los toros, según él, las aguas y las hierbas valencianas, al decir: “De este peligro parece que estarán libres en esta ciudad de Valencia, pues llegando los toros de Castilla, a ella, aunque sean muy bravos y feroces, en bebiendo agua del Turia y comiendo destas yervas se les pasa mucha de su ferocidad”. (2)
     Habría estado de acuerdo con él Santo Tomás de Villanueva (1487-1555), antagonista por excelencia donde los hubiere, que catalogaba esas fiestas de toros de bestiales y diabólicas?. En una carta que dirige el cardenal Portocarrero al rey Carlos II, el 25 de septiembre de 1680, sobre la obligación de ser cumplidas las disposiciones Apostólicas prohibitivas de las corridas de toros, en todos los reinos de la Cristiandad, entre los muchos argumentos que aporta en sus razonamientos dice: “…el Graue Arzbpo. de Valencia Santo Thomas de Villanueva que predicando la fiesta de San Juan Baptista dijo las palabras sig.tes. “Paso en silencio ahora otros mil vicios públicos, pero quien tolerara la bestial y Diabólica costumbre de nra. España de correr toros? Que cosa mas bestial, que esrtimular avn Bruto para que despedace a los Hombres? Ocruel expectaculo O juego cruelísimo! Ves a tu Hermano Christiano, que arrebatadamente despedazado del Toro pierde la vida, no solo del cuerpo, sino también del Alma (porque comúnmente mueren estos en pecado) y te alegras, y reciues deleyte de esta Fiesta?...”(3)
     Curiosamente y pese a su fobia a las corridas de toros, “… el propio Portocarrero tuvo que organizar una corrida de toros y costearla a sus expensas por imperativos políticos, como la celebrada el jueves 24 de octubre de 1697 en la toledana plaza de Zocodover, si bien no asistió a la misma y prohibió presenciarla a legos y tonsurados” (coronilla circular afeitada que usaban los religiosos).(1)
     Hasta qué punto tenían metido el gusanillo de los toros en el cuerpo los componentes del clero que, tal como se ve, recurrían a infinidad de artimañas, argucias y martingalas para justificarlos, e incluso hacían colectas en los templos para patrocinar los festejos taurinos. Debido a ello, es fácil deducir que tales prácticas llegasen a escandalizar a las autoridades eclesiásticas, que llegaron a prohibir ese tipo de cuestaciones en los templos, tal como se recoge en las Constituciones del Obispado de Toledo, de 1682, donde se establece que “...nadie pida limosna en la Iglesia o fuera de ella para correr toros..” (4)
     Incluso se llegaron a dictar, por el obispado de Pamplona en 1702, unos “Mandatos” imponiendo “...pena de excomunión mayor, no se saque de Iglesias, bancos, soga de las campanas, piezas de fusta de monumentos, cera ni otra alhaja alguna en cosas profanas ni en días de toros y que los Vicarios del lugar hagan cumplir”.
     A pesar de ello siguieron practicando su afición la mayoría de clérigos, como afirmaba D. Cristóbal Lozano, a la sazón capellán de los Reyes Nuevos de Toledo, en el siglo XVII, quien decía “que encontraba en los toros un regusto profano”. Sobre el origen de los juegos circenses afirmaba que: “se han quedado en nuestra España tan arraigadas estas memorias, y estos espectáculos, que en no aviéndoles, se hace quenta que no hay fiestas”. También comenta el modo del que se valían para librarse de las prohibiciones o amonestaciones de los superiores jerárquicos: “Aún a los Clérigos no han bastado los Pontífices a abstenerlos de actos semejantes, por averse valido de privilegios, e Indultos, a instancia de los Reyes”(2)
     El padre Isla, jesuíta, nos relata en su obra “Juventud triunfante”, con extraordinaria jugosidad, la participación de los clérigos en las corridas de toros, como las celebradas en Salamanca con motivo de la canonización de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka (en 1727), en las que participaron los “jóvenes teólogos”, estudiantes navarros en su mayoría: “…y que consistió, en primer término, en una “mojiganga constituida por cinco cuadrillas y un carro triunfal. Todo en el género pedagógico-barroco-jesuítico, y después en un desfile burlesco de máscaras con corrida de toros al final, en que intervinieron algunas de tales máscaras: de suerte que jóvenes toreros, de los más arriscados, iban con atuendos femeniles; vestidos de damas unos y otros de galanes y volantes. Porque para hacer que “quedara más impresa en la memoria” la fiesta de los nuevos santos, salen los futuros sacerdotes, después de un encierro clásico, descrito en coplas de gaita gallega..., y en la plaza de toros bailan, y luego se celebra la corrida: Quedáronse en la arena los destinados para executar el toreo, que fueron ocho, todos navarros:…prevenidos unos de capa, otros de banderillas, para el exercicio de las suertes… tras despachar los siete toros, cuatro por la mañana y tres por la tarde...”, y dice que los participantes en semejantes mojigangas, salieron por las calles y “formaron una alegrísima danza vizcaína”, continuando la diversión hasta altas horas de la madrugada.
     En Salamanca era costumbre celebrar corridas de toros al recibir el grado los teólogos, en la famosísima escuela de “Teólogos Salmanticense”, facilitando éstos los toros para regocijar a profesores, estudiantes y pueblo en general.(2)
     Pascual Madoz, en su “Diccionario geográfico” de 1845, nos da cuenta de otro hecho curioso acaecido en Arnedo, donde se celebraba el 25 de Abril, día de San Marcos, una romería a Nuestra Señora de Hontanar y “en esta última había costumbre de jugar al toro, después que concluía la misa o función de iglesia, observándose la ridiculez de correr el sacerdote que la celebraba, el individuo de ayuntamiento que presidía, y sucesivamente las demás personas notables por su categoría...”. (2)
     A pesar de las prohibiciones de las Partidas del rey Sabio y otras como acabamos de ver, los clérigos y las autoridades eclesiásticas no dejaron de frecuentar los festejos taurinos, a veces de forma ostentosa, valiéndose de las invitaciones que les cursaban las autoridades civiles, reservándoles balcones y sitios especiales, en la plaza, para presenciarlos.
     Esa costumbre secular se extinguió, concretamente, el 7 de Mayo de 1.817, cuando la Diputación de Navarra dictamina dispensar la presencia de las autoridades religiosas en los festejos taurinos, que en adelante se celebrasen: “…eximiendo la costumbre de asistir en cuerpo a las corridas de Toros y destinando a fines más dignos de su ilustración y beneficencia los cien mil y más reales de vellón que solían expender en una tarde”.(1)
     Urbano Esteban Pellón, en nota marginal de “El toro solar”, dice: “El Marqués de Tablantes, en sus “Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla, 1730-1835”, afirma que “los canónigos entraban en la plaza por la misma puerta que los Maestrantes”, como se deduce de la siguiente partida: “pagado a José Estivel por su asistencia a la Puerta para la entrada de los señores canónigos y maestres, 160 reales”; y en un oficio del Cabildo Eclesiástico se dice: “El Cabildo, en el celebrado hoy, visto el atento oficio de V.S. en el que le manifiesta es la primera corrida de toros el día 13 del actual, y que se señala el balcón número 4 para los capitulares que gusten verlos, da a V.S. las gracias debidas para que en su nombre lo haga presente a la Real Maestranza, como también que acepta su oferta. Sevilla, 12 de abril de 1830”.(5)
     Como es obvio, muchas de esas costumbres libertinas recibieron los correspondientes castigos, variando la importancia de las sanciones en función a la gravedad del exceso cometido. Para no alargar más el tema, valgan solo “tres perlas” de los cargos y acusaciones imputados por los fiscales eclesiásticos, tomados del Archivo Episcopal de la Diócesis de Pamplona, como “Correr toros públicamente. Bailar públicamente con cascabeles en las piernas”, o bien “Torear todo el tiempo que duró una corrida en la villa de Lumbier, de andar de ordinario con pistolas y coleto de ante” y para mayor inri “Tener taberna en su casa y dejarse vencer por el vino, llevarse a casa objetos de culto, trato con mujeres, correr toros y apalear al sacristán”.
     A esos comportamientos licenciosos les correspondieron condenas ejemplares como: “Celebrar ocho misas por las ánimas del Purgatorio, multa de tres ducados y reclusión de tres meses en la Torre de la Catedral de Pamplona”; o esta otra sentencia de “Un mes de reclusión en la torre de su Iglesia y a decir veinte misas a las almas del Purgatorio”; o también a ” Un año de suspensión de su oficio de cura, a dos meses de reclusión en el Hospital de Pamplona y a pagar ocho ducados y los 136 reales de costas”.(7)
     Todos esos sucedidos, si multiplicados fueren por los demás pueblos de la “piel de toro”, se deduce que la habitualidad era la norma en tales comportamientos entre el clero.
     Afortunadamente, la Iglesia Católica de hoy ha evolucionado para bien y es muy distinta tras el concilio Vaticano I, aunque no se pueda decir aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Plácido González Hermoso.

BIBLIOGRAFIA
Ilustraciones de Vicente Arnás, pintor.
1. - Luis del Campo, “Pamplona y Toros. Siglo XVII”
2.– Julio Caro Baroja, “El Estío Festivo”
3.– Diego Ruiz Morales, “Documentos histórico taurinos exhumados y comentados”, pag. 43
4.– P. Julián Pereda, S.J. “Los toros ante la Iglesia y la Moral”, 1945
5.– Urbano Esteban Pellón, “El Toro Solar”, pag. 188
6.- Fco. Flores Arroyuelo, “Las Fiestas de las Mondas y de Toros en Talavera de la Reina”
7.- Luis del Campo, “La Iglesia y los Toros, Curas toreros”

lunes, 15 de febrero de 2010

DIONISO, AMPELO Y EL ORIGEN DEL VINO (Leyendas Taurinas)

     Antes de relatar la leyenda sobre el dolor desgarrado del dios Dioniso "Bromios" (“el que brama”) por la muerte de su idolatrado Ampelo, permitidme esta somera introducción, a fin de situar al lector en el tiempo y en algunas costumbres de la antigua Grecia, para mejor entender el porqué de aquellos devaneos erótico-pederásticos entre un adulto y un “efebo”.
     Los Efebos, por lo general, eran jóvenes atenienses, entre 18 y 20 años, que se instruían en las artes de la guerra. Es decir, era una especie de servicio militar, aunque también se aplicaba este término a los discípulos que vivían con sus maestros.
     Entre la alta sociedad griega era una práctica común aceptada y bien vista, las relaciones, siempre consentidas, entre un adulto y un púber mozo y se consideraba como una normalidad la relación entre un docente y su discípulo.
     Esta atracción hacia los adolescentes, dejando aparte los “efebos” consagrados a los dioses griegos, conocida como “efebofilia”, fue practicada, o más bien atribuida, entre otros, a Solón (638-558 a.C. uno de los 7 sabios de Grecia), quien en un poema erótico que nos ha legado, describe el atractivo de los muslos y “la dulce boca” de un joven ateniense. Iguales prácticas le imputaron a los poetas Anacreonte (572-485 a.C.) y Píndaro (518-438 a.C.). El primero imploró a Dioniso para conseguir el amor del efebo Cleóbulo y el segundo dedicó un poema erótico al joven Teóxeno, en cuyas rodillas, se dice, murió el poeta.
     También Platón (427-347 a.C.) fue durante ocho años discípulo y probablemente amante de Sócrates. En su obra “El banquete”, habla extensamente del amor al efebo. Precisamente, la condena a muerte de Sócrates (470-399 a.C.), por “no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud”,  fue por una denuncia, por celos, de varios pedófilos importantes atenienses, que veían cómo los jóvenes preferían a Sócrates.
     Y para terminar citemos al famoso efebo Bagoas, un eunuco persa, que mantuvo relaciones sentimentales y posiblemente sexuales con el rey Darío III y finalmente con Alejandro Mago (356-323 a.C.) que fue su preferido. Estas costumbre pasaron luego a Roma, donde se les conocía como los “concubini”.
     La relación entre el dios tracio del vino, la agricultura y el teatro, Dioniso (ó Dionisio) la describe Roberto Galasso, en su obra “Las bodas de Cadmo y Armonía”, quien la toma, al parecer, del poeta épico griego Nono de Panópolis (final del siglo IV d.C.) en su obra “Dionisíacas” y dice que: «El primer amor de Dionisio fue un muchacho. Se llamaba Ampelo. Jugaba con el joven dios y los sátiros en las orillas del río Patolo, en Lidia. Dioniso contemplaba sus largos cabellos sobre el cuello, la luz que emanaba su cuerpo mientras salía del agua. Se ponía celoso cuando lo veía luchar con un sátiro y sus pies se entrelazaban. Entonces quiso ser el único en compartir los juegos de Ampelo. Fueron dos “atletas eróticos”. Se revolcaban por el suelo, y Dioniso se regocijaba cuando Ampelo lo derribaba y se montaba sobre su vientre desnudo. Después se limpiaban el polvo y el sudor de la piel en el río. Inventaban nuevas competiciones. Ampelo vencía siempre. Se coronó con una sarta de serpientes, como veía hacer a su amigo. Y también lo imitaba cuando vestía una túnica manchada. Aprendía a tratar con familiaridad osos, leones y tigres. Dioniso lo animaba, pero una vez lo previno: “No tienes por qué temer a fiera alguna, guárdate sólo de los cuernos del toro despiadado.”
     Cierto día, Dioniso estaba a solas cuando vio una escena que le pareció un presagio. Un dragón cornudo apareció entre las rocas. Llevaba en el lomo un cabrito. Lo arrojo sobre su altar de piedra y hundió un cuerno en su cuerpecillo inerme. En la piedra quedó un charco de sangre. Dioniso observaba y sufría, pero el sufrimiento se mezclaba con una invencible risa, como si su corazón estuviera dividido en dos. Después encontró a Ampelo, y siguieron vagando, siempre de caza. Ampelo se divertía tocando una flauta de caña, y tocaba mal. Pero Dioniso no se cansaba de elogiarlo, porque mientras tanto lo miraba. A veces, Ampelo recordaba la advertencia de Dioniso con respecto al toro, y cada vez le era más incomprensible. Ahora conocía todas las fieras, y todas eran amigas suyas: ¿Por qué debía rehuir al toro? Y un día, mientras se hallaba solo, encontró un toro entre las rocas. Estaba sediento, y le colgaba la lengua. El toro bebió, después miro al muchacho, después eructó, y una baba le asomo por la boca. Ampelo intentó acariciarle los cuernos. Confecciono una fusta de junco y una especie de brida. Apoyó sobre el lomo del toro una piel coloreada y lo montó. Por unos instantes sintió una ebriedad que ninguna fiera le había dado antes. Pero Selene, celosa, lo veía desde arriba y le envió un tábano. El toro, nervioso, comenzó a galopar, escapando de aquel aguijón odioso. Ampelo ya no controlaba a la bestia. Una última sacudida lo arrojo al suelo. Se oyó el seco sonido de su cuello al romperse. El toro lo arrastraba por un cuerno, que se hundía cada vez más en la carne.
     Dioniso descubrió a Ampelo ensangrentado en el polvo, pero todavía hermoso. Los silenos, en círculo, iniciaron sus lamentos. Pero Dioniso no podía acompañarlos. Su naturaleza no le permitía las lágrimas. Pensaba que no podría seguir a Ampelo al Hades, porque era inmortal: se prometía matar con su tirso a la estirpe entera de los toros. Eros, que había adoptado el aspecto de un hirsuto sileno, se acercó para consolarlo. Le dijo que la punzada de un amor solo podía curarse con la punzada de otro amor. Y que mirara a otra parte. Cuando cortan una flor, el jardinero planta otra. Sin embargo, Dioniso lloraba por Ampelo. Era la señal de un acontecimiento que cambiaría su naturaleza, y la naturaleza del mundo.
     En ese momento Las Horas se apresuraron hacia la casa de Helio. Se prenunciaba una escena nueva en la rueda celeste. Había que consultar las tablas de Harmonía, donde la mano primordial de Fanes había grabado, en su secuencia, los acontecimientos del mundo. Helios las mostró, colgadas de una pared de su casa. Las Horas contemplaban la cuarta tabla: se veía al León y a la Virgen, y a Ganimedes con una copa en la mano. Leyeron la imagen: Ampelo se convertiría en la vid. Aquel que había aportado el llanto al dios que no llora aportaría también delicia al mundo. Entonces Dioniso se recuperó. Cuando la uva nacida del cuerpo de Ampelo estuvo madura, separó los primeros racimos, los estrujó con dulzura entre las manos, con un gesto que parecía conocer desde siempre, y contemplo sus dedos manchados de rojo. Luego los lamió. Pensaba: “Ampelo, tu final demuestra el esplendor de tu cuerpo. Incluso muerto, no has perdido tu color rosado.”
     Ningún otro dios, ni siquiera Atenea con su sobrio olivo, y tampoco Deméter con su pan tonificante, tenía en su poder algo que se aproximara a aquel licor. Era justamente lo que le faltaba a la vida, lo que la vida esperaba: La Ebriedad
     Como acabamos de comprobar, también el toro fue el desencadenante principal para que surgiera el embriagador elixir con el que se deleitaron los dioses y enloqueció a los mortales.
     Precisamente del sustantivo "Ampelo" toma el nombre lo que se conoce, en el mundo del vino, como “Ampelografía” (del griego ‘ampelos’: vid y ‘grafos’: clasificación), que es la ciencia que estudia las variedades de la vid y el modo de cultivarlas.

Plácido González Hermoso.

Bibliografía:
1.-Norberto Galasso. “Las Bodas de Cadmo y Harmonía”. Ed. Anagram.