miércoles, 29 de julio de 2009

SALUDADORES - Curiosidades


Un tema un tanto curioso, acaecido en tiempos pretéritos y encuadrados en creencias, supersticiones, hechizamientos, sortilegios, posesiones diabólicas o prácticas de brujería etc., es el que se refiere a la existencia de personas conocidas como “saludadores”, que gozaban de cierto predicamento y arraigo en la conciencia popular.
Estos sujetos practicaban curaciones extrañas, actos de encantamientos, rituales mágicos rayanos con la brujería, entre otros el llamado “mal de ojos” y que sigue perviviendo incluso en ciertos sectores sociales en la actualidad.
El Diccionario de la Lengua los define como: “Curandero que pretende curar ciertos males. Usar de ciertas fórmulas supersticiosas para curar la rabia u otros males”.
Hilvanando posibles conexiones con la antigüedad, no faltan los que aseguran, y con razón, que son legado de épocas pasadas, donde se hermanaban supersticiones romanas y godas con otras de procedencia judaicas o mahometanas.
No es de extrañar la veracidad de esas conexiones, ya que desde la más remota antigüedad está documentada la existencia de arúspices, augures y adivinadores, que ejercían su labor mediante el examen de las vísceras de los animales, la observación de fenómenos de la Naturaleza, el vuelo de las aves, los movimientos y actitudes de los cuadrúpedos, el efecto del aceite sobre el agua o las formas del humo del incienso, etc. Hay muchos ejemplos que lo atestiguan, no solo en el mundo babilónico o egipcio, sino en la etapa pre-romana. Entre los Etruscos, por ejemplo, se conocían dos clases de arúspices, los especializados en el estudio de las entrañas y los de los fenómenos naturales, ampliamente citados por Cicerón en su “De Haruspicium responsis” (Oráculo de los Arúspices). En la época romana, el oficio de arúspice lo ejercían ciertos sacerdotes, como en Egipto y Babilonia y estaban colegiados, siendo famosa la conocida “Orden de los Sesenta Arúspices”.
En España, para poder ejercer el oficio de saludador estos personajes, a partir de la Edad Media, sin estar expuestos a persecuciones o graves condenas, debían tener una licencia oficial y poseer una serie de cualidades, al tiempo que reunir una serie de requisitos que debían ser probados ante las autoridades competentes, como los Regidores, Obispos o Vicarios quienes, tras un exhaustivo examen de sus capacidades, extendían la correspondiente licencia que les autorizaba a ejercer tan singular profesión.
A los saludadores del s.XVII se les consideraba con virtudes para sanar enfermedades, contener el fuego, evitar plagas etc., cuyo poder estribaba especialmente en el aliento y la saliva. Esos hálitos de gracia insuflados, al parecer, por la Providencia, se consideraban acreditados por haber nacido la noche de Navidad, el día de Viernes Santo o hacer el número siete de entre los hijos de matrimonios que solo procreaban varones. También se les identificaba por ciertas marcas o señales, especialmente en la boca, llegando incluso a que algún canónigo afirmase que “se hacían imprimir en algunas partes de su cuerpo la receta de Santa Catalina o la señal de Santa Quiteria”. Lamento no poder aclararles en qué consistía ni la receta, ni la señal de las citadas Santas, ya que el autor de quien tomo el dato tampoco lo facilita, ni aclara.
La existencia de practicantes laicos, como es lógico, producían cierto desencuentro con las creencias imperantes y con las jerarquías religiosas de la época, no repuestas aún del destierro judío o la limpieza de los moriscos, que veían en una gran parte de las costumbres populares, en especial en las fiestas de toros, un legado de pagano ancestro al que había que combatir para bien de la moral cristiana dominante.
También es cierto que, al socaire de lo legal y autorizado, proliferaban hordas de alumbrados, farsantes y tramoyistas que exasperaban a las autoridades religiosas, quizás no tanto por su impericia y desaciertos, que de todo había, sino porque escamoteaban los diezmos o primicias que debían pagar a la iglesia por sus actuaciones y por tan señalado título. Ese “intrusismo laboral” producía el consabido daño a las arcas parroquiales y, aunque el clero usaba con fruición aquello de que “no solo de pan vive el hombre”, es indudable que hurtar, todo o en parte, los doblones o maravedíes que pudieran corresponder a la Santa Madre Iglesia, se encontraría, el que así obrase, en la situación embarazosa de “toparse con la iglesia”.
No confundir estos saludadores con el movimiento de los “alumbrados o iluminados”, considerados como sectas, que era una forma de espiritualidad de un reducido grupo de franciscanos del s. XVI, al que se le añadieron ciertos grupos de monjas contemplativas y mujeres piadosas que, al caer en “éxtasis”, hacían revelaciones prodigiosas, perseguidas por la Inquisición.
Un ejemplo de las preocupaciones que embargaban a las autoridades religiosas para desterrar ese intrusismo, en especial contra esos suplantadores sin licencia, lo demuestra la incidencia que causaron en las Constituciones Sinodales de 1581, del Obispado de Pamplona, donde en el capítulo “De Sortilegiis” se dispone:”...Por experiencia vemos, que hacen gran daño a la República Cristiana los ensalmadores, saludadores y bendecidores, por lo que comúnmente los que usan semejantes abusos, quieren aplicar sus falsas palabras por vía de medicina, que ni son ciertas, ni aprobadas según nuestra Santa Fe Católica. Y porque deseamos extirpar de nuestro Obispado semejantes cosas S.S.A. estatuímos y mandamos, que ninguna persona, sin licencia nuestra y aprobación o la de nuestro Vicario general, no permitan en nuestro Obispado saludadores, o bendecidores no aprobados, ni nóminas; y mandamos los castiguen con todo rigor, conforme a su delito. Y encargamos a los Rectores, Vicarios y Confesores de este Obispado en las confesiones tengan gran cuenta y cuidado de amonestarlos y corregirlos”.
Un dato curioso, que demuestra la actuación de estos personajes en corridas de toros, se produjo cuando se propagó la noticia de que los toros castellanos procedentes de Tordesillas, que habían de ser lidiados el 8 de julio de 1677, padecían “defecto de haberlos ojeado”, por lo que el Ayuntamiento de Pamplona contrató a un saludador, Domingo Pesador, que cobró una cantidad parecida a los estipendios pagados a los catorce toreadores navarros que intervinieron. A este “saludador” se le abonaron los honorarios al día siguiente de la corrida, por lo que cabe suponer que realizaría esas prácticas supersticiosas en los momentos precedentes a saltar a la arena los astados, bien soplándoles en alguna parte del cuerpo o regándoles con su saliva.
Otro motivo de las preocupaciones expresadas en las referidas Constituciones, era la existencia de clérigos practicantes que usaban de tales artes para ejercer como saludadores de toros.
Uno de esos acontecimientos lo encontramos reflejado en el comentario del antitaurino Vargas Ponce sobre una corrida celebrada en 1807, en la festividad de Santa Ana, cuando dice:” ...las últimas corridas de Tudela, por la mañana llevaban a un capuchino a fin de que conjurase los toros para que fuesen buenos”. Visto esto, cabe preguntarse ¿a quién invocaba y cuál era la fórmula utilizada por el capuchino cuando conjuraba los toros?.
Con anterioridad a esa fecha, sabemos de la sorpresa que se llevó un sacerdote gascón, exiliado en Tudela, D. José Branet, cuando presenció las fiestas de 1797, según relata: ”... fui singularmente sorprendido cuando vi bendecir los novillos que debían servir para la novillada que se da gratuitamente al pueblo la víspera de Santa Ana, patrona de la ciudad. Ignoro con qué fin. ¿Era para que fuesen mas bravos o para que no hiciesen mal?. No sé nada: he preguntado la razón y no han sabido dármela”.
Este hecho tan sorprendente que presenció y temiendo no fuesen creídas sus aseveraciones, tal vez por su condición de exiliado, añadió otro relato para mayor credibilidad que merece transcribirse: ”Voy a añadir para probar el gusto de los Navarros por estas fiestas una anécdota que no es creíble y que sin embargo es la pura verdad. Es que, en éste mismo día, las religiosas capuchinas cuya regla es austera y las llamadas de la Enseñanza hicieron correr igualmente una ternera en el interior de su convento de modo que no hubo comunión al día siguiente aun cuando era de regla”. Cabe preguntarse: fue bendecida la ternera por algún clérigo o por la madre superiora?. Qui lo sá!.
En Murcia, al igual que en el resto de la Península, existieron personajes de este variopinto oficio, estando documentada la noticia de que el martes 16 de Noviembre de 1756, “se otorgó licencia al saludador Juan Manuel Arroyo para usar la gracia de saludar de accidente de rabia en la ciudad y provincia, por haber practicado el Regidor Comisario, Gaspar de Piña, varias diligencias y resultar probada su habilidad”.
Aunque la cita anterior es así de escueta, no sería aventurado presumir que, el tal saludador Arroyo, aplicaría sus habilidades para otros menesteres y porqué no presumir la de librar de sortilegios a los toros que se lidiarían en aquella época en las plazas murcianas que celebraron corridas en aquella centuria, en especial a partir de 1750.
Para mayor abundamiento traigo a colación, a modo de ejemplo, unos hechos que se hallan registrados en las actas del Cabildo catedralicio de Murcia, donde se pone de manifiesto que la utilización de prácticas exorcistas eran frecuentes, tanto por encargo del Ayuntamiento como del Cabildo, respecto a las plagas de langosta que asolaban de vez en cuando la huerta de Murcia durante el s. XVIII. El hecho ocurrió cuando el Cabildo de la ciudad, a requerimiento del Ayuntamiento, el 4 de Mayo de 1753, decide: “...teniendo presente lo acordado en 1722, cuando se experimentó esta plaga, responde que ayudaría socorriendo a los trabajadores que quemen la langosta, así mismo se harán conjuros y rogativas”.
Al día siguiente, en otro acta del Cabildo, se hace constar que la plaga se había extendido desde Sangonera, donde inicialmente se detectó, a Santomera, por lo que “solo los remedios espirituales pueden ser suficientes para extinguirla...” Tras esto deciden sacar en procesión a San Agustín, abogado de dichas plagas, y el lunes siguiente, 7 de Mayo, se hizo “conjuro público y solemne en la plaza del Arenal, yendo en procesión con el santo “Lignum crucis” y San Agustín...”.
Por último, vean otro caso curioso que se refiere al acuerdo que se tomó el 5 de Noviembre de 1756, disponiéndose que se bendigan los campos con la cabeza de San Gregorio Ostiense y con el agua bendita del mismo, “por ser el abogado especial de las plagas de langosta, oruga, pulgón y otros...”.
Aunque los casos aquí expuestos están referidos y circunscritos, en su mayor parte, a la zona de Navarra y Murcia, no quiere ello decir que se desarrollasen solo en esas zonas geográficas, sino que dichas prácticas estuvieron bien diseminadas y practicadas por toda la piel de toro.

Plácido González
BIBLIOGRAFIA
1.- Luis del Campo, “Pamplona y Toros siglo XVII”, idem “siglo XVIII” y” La Iglesia y los Toros”.
2.- Juan Torres Fontes, “Efemérides murcianas 1750-1800”

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